La leyenda del Bosnerau

por Aurora Martínez, con ilustraciones de Marta Villarte

Hace mucho, mucho tiempo antes de que el mundo fuera mundo... cuenta la leyenda que en el Pirineo vivían tres hermanas de una belleza sobrenatural. Eran hijas de Añisclo, un colosal gigante formado en piedra, de rictus inamovible y de corazón pétreo. Sus tres hijas eran su más preciado tesoro y su única debilidad. La pequeña de ellas era demasiado aventurera, conseguía escaparse de las regañinas de su padre porque todavía, con su candor, era el ojito derecho de aquel imponente fenómeno de la naturaleza. La mediana estaba como muerta en vida, no tenía aspiraciones y prefería dedicarse a la vida contemplativa. Pero la mayor de espíritu noble y apegado a la tierra no entendía la obsesión de su padre por llegar a tocar los cielos. Y es que estas tres jóvenes estaban bendecidas con un curioso don, por la mañana su belleza imponente adquiría la forma de tres imperiosas montañas mas por la noche… cuando el sol comenzaba a bostezar y la luna salía a acunarlo, se convertían en humanas.

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Pero las tres hermanas no gozaban de la libertad de su padre, estaban condenadas a seguir sus órdenes. No permitía que se separaran, no consentía que exploraran los confines de sus laderas ni que se maravillasen de la riqueza natural de sus propias pendientes. El único objetivo que debían tener en la vida era permanecer quietas, inexpugnables, bellas. Tomar los recursos naturales necesarios para desafiar a los mismísimos dioses con su altura.

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Una noche mientras Añisclo dormía, la hermana mayor salió a dar un paseo por los confines de su territorio para preparar el espectáculo que exhibirían sus parajes cuando llegase la aurora, cuando los árboles se desesperezasen y las hojas temblasen con el inicio del día por los pendientes que les regalaba el rocío. Pero no estaba sola. Un joven pastor la observaba maravillado en la distancia. La joven lo descubrió entre las ramas y se acercó a él, curiosa. Pasaron horas juntos. Nadie sabe con total certeza que sucedió en la última hora, algunos dicen que él se dió cuenta de que en verdad era la hija de Añisclo y que anhelaba por encima de todo controlar su don. Sea como fuere el fuego terminó con su improvisada velada. Intentaron escapar. Él lo consiguió, ella quedó atrapada. La mañana alboreó y el cadáver de la hija de Añisclo quedó al descubierto.

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Cuando a la mañana siguiente Añisclo despertó y vio a su hija inerte se partió en dos del dolor. Comenzó a llorar y a llorar, y allí por donde pasaban sus lágrimas convertidas en ibones creció la vegetación impidiendo que nadie jamás llegase hasta su corazón, pues este ya se había detenido con la muerte de su primogénita. Así fue como se originó el peligroso Cañón de Añisclo, de la desesperanza de un padre resentido.

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Añisclo, pensando que había sido aquel hombre quien había carbonizado la esencia de su hija, pidió ayuda a los dioses para recoger toda la podredumbre que había dejado sobre su hija y lanzarla sobre él. Así fue como limpió la mortaja carbonizada de las laderas de su primogénita dejándola nuevamente preciosa y la arrojó contra el asesino. En compensación a los dioses devolvió el don de sus tres hijas y las dejó convertidas en montaña, para siempre. Así fue como LAS TRES SORORES, las tres montañas que se vislumbran desde aquí, dejaron de moverse.

La nube de ceniza y rencor que Añisclo había limpiado de su hija envolvió al joven pastor, taponando su garganta y haciendo arder sus cuerdas vocales. No volvería a pronunciar palabra, al menos no un sonido humano. Todo su cuerpo se retorció de dolor haciendo que se postrase contra la tierra, sus extremidades se deformaron y comenzó a tomar la forma de un ser simiesco que andaba a duras penas erguido. Sin embargo cuando se incorporaba su tamaño era descomunal, grotesco. Era el castigo impuesto por los dioses, volver a ser el animal que era en su corazón, pues así se había comportado.

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Algunos dicen que sobre su piel se creó una costra ennegrecida que lo ataba a la tierra y que con las primeras nieves comenzó a aclararse dándole un tono blanquecino. Otros dicen que una espesa cabellera cubre cada palmo de su cuerpo y que cada pelo es una maldición de los dioses, un castigo que pesa sobre el monstruo. También se escucha que, para tratar de acallar el ardor de las cenizas, se retorció por todos los bosques y rodó y rodó llenándose de hojas, ramas y tierra haciéndose imposible distinguirlo si permanecía oculto entre las sombras. A la espera…

Desde entonces este ser habita entre los rincones más remotos de nuestras tierras. Algunos dicen que para estar cerca de la que fue su amada, otros piensan que para vengarse de todo aquel que ose acercarse a su territorio. Cada vez que abre sus fauces se escucha un sonido helador surgido desde el mismísimo infierno. Cuando esto sucede, cuando se escucha su aullido, todos saben que una maldición caerá sobre los montañeses, el augurio de alguna desgracia... pues este ser es capaz de sentir todos los males que remueven las entrañas de la tierra y tomar sus particulares venganzas.

Marta Villarte

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